Director: Woody Allen
Por Eduardo Pacho
Es difícil tener mejores mimbres para hacer una gran película: Woody Allen, guionista y director. Javier Bardem, Penélope Cruz, Scarlett Johansson y Rebecca Hall, actores. Javier Aguirresarobe, director de fotografía. El elenco es portentoso y además la historia refleja las relaciones humanas y las emociones que se derivan de ellas, una constante en la filmografía del director.
Pues bien después de estos ingredientes tan apetitosos el manjar debería ser exquisito. Nada más lejos de la realidad. La película es un plato de mal gusto, un fiasco monumental. Los actores están patéticos, no porque su actuación sea mala, sino porque sus personajes son vacuos, su diálogo absurdo y sus sentimientos pueriles. En esencia son estereotipos artificiales que bien podrían ser extraídos de la revista Super Pop. La canción de Barcelona conecta perfectamente con la película
-es igual de ridícula y frívola- y el narrador ralentiza la acción hasta el extremo, explicando en palabras lo que ya observamos en imágenes.
Vicky, personaje que encarna la maravillosa Rebecca Hall, viene desde los EEUU para estudiar Identidad Catalana en Barcelona junto con su amiga Cristina-Scarlett Johanson-, más interesada en la fotografía. La primera está a punto de casarse con un americano de clase alta, la segunda no ha tenido demasiada suerte con los hombres. “Sé lo que no quiero, pero no sé lo que quiero”, nos dice Cristina. Juan Antonio-Javier Bardem, posible guiño a su tío, el gran Juan Antonio Bardem- es un pintor bohemio con una tormentosa relación con María Elena-Penélope Cruz-. La presentación de Juan Antonio es una declaración de intenciones: apoyado en una columna en la galería de arte, con la mirada perdida, indiferente a su entorno, por encima del bien y del mal. Cristina, ávida de nuevas sensaciones, se fija en él. Vicky, Cristina y Juan Antonio se encuentran en un restaurante, y Juan Antonio ni corto ni perezoso se planta ante ellas y les invita a pasar un fin de semana en Oviedo, con relación sexual incluida. Juan Antonio representa el perfil standard del macho español, dispuesto a todo, apasionado y vehemente. Cristina está ya prendada, y dice sí, lo que “obliga” a Vicky a acompañarla.
En este contexto se sucederán las relaciones en un triangulo amoroso que completará más tarde María Elena. Por partes:
La relación de Cristina y Juan Antonio es trivial. Su amor es casi instintivo, muy poco emocional. Su alma, tan aparentemente compleja y rica, está hueca. Incluso las escenas sexuales están poco elaboradas y son fugaces. Primeros planos de los personajes, con besos que tratan infructuosamente de ser desenfrenados. No hay conexión entre Juan Antonio y Cristina, o al menos no se trasluce en pantalla. Por cierto que es difícil que Scarlett Johansson esté poco atractiva en una película. Allen lo consigue y quizá supera lo que hizo Hitchcock con Kim Novak en Vértigo.
Entra en escena María Elena, ex pareja de Juan Antonio. Una Penélope Cruz muy felina, intensa, desbocada. Ella protagoniza la mejor escena de la película: agachada pintando un cuadro, se mueve vertiginosamente y parece proyectar sus emociones en él, con Juan Antonio como lienzo. El diálogo de María Elena en el film se basa en el placer de dicutir por discutir. En español, por su puesto, porque una discusión en castellano es más encendida que en inglés. Eso sí, resultan todas redundantes y no aportan nada a la relación con Juan Antonio. Entendemos que ésta es turbulenta y apasionada pero no sabemos muy bien por qué. Es simplemente autodestructiva y punto.

La relación de Cristina, María Elena y Juan Antonio parece equilibrar a los dos últimos, intentando mostrar la perfección de un triángulo equilátero. Aquí los besos entre Penélope y Scarlett resultan muy poco convincentes. Cristina describe su relación a tres bandas a Vicky como ideal. La evolución del personaje no queda bien definida, y sólo sabemos que emocionalmente está bien y que ella no quiere ser un estereotipo bisexual. Qué poca profundidad, es como decir: me encanta el pastel de limón porque me gusta el limón y no tengo que dar explicaciones de por qué me gusta el limón.¡Qué lejos del triángulo amoroso tan bien descrito por Truffaut en La mujer de al lado!
Vicky mientras tanto se casa con su prometido, cuernos previos incluidos con Juan Antonio. Su amor por Juan Antonio es adolescente, con diálogos de parvulario. Incluso en su última cita con él se cambia de ropa intentando dar con el modelito perfecto. Es probable que haya personas así, no entraré en la verosimilitud, pero duele que puedan ser de interés para que Woody Allen nos las enseñe en una película.
El último personaje incluido en el título de la película es Barcelona. La de Gaudí, la de las Ramblas, la de Paseo de Gracia, incluso la de las putas del Raval-¿Dónde está el mar!!?-. También la de Collserola, con una magnífica iluminación y fotografía de Aguirresarobe, en la que el triángulo amoroso desciende en bicicleta en una escena campestre a lo Jules y Jim. En cualquier caso lo que debería ser una carta de amor a Barcelona se convierte en una postal para turistas chancleteros, ávidos de sensaciones y con las hormonas descontroladas. No es extraño que en EEUU recaudara 4M$ en su primera semana, todo un récord para Woody Allen. Es un turismo con el que muchos se pueden sentir identificados por el vacío emocional y por la exaltación de los instintos más primarios.
