lunes, 10 de noviembre de 2008

El abogado del terror

Por Eduardo Pacho

Director: Barbet Schroeder

Magnífico film de un director que ya nos maravilló con otro documental sobre el general Amin, dictador de Uganda. En este caso el film es excepcional por el ritmo que imprime a la biografía del abogado Jacques Vergès, a través del que se vertebra un collage de personajes cada cual más interesante.

El director acierta al mostrarnos sólo lo que dicen los protagonistas, sin voz en off que enfatice nada. Ya somos lo bastante mayorcitos para sacar nuestras propias conclusiones. Baste a nivel narrativo decir que Vergès defendió a terroristas de la más diversa índole, desde activistas del FLN hasta nazis como Klaus Barbie, sin olvidar a alguien como Carlos el Chacal.

Más allá de los hechos que son de dominio público, lo más interesante del documental es el aura que desprende la figura de Vergès. Es un personaje fascinante, porque de hecho todo lo que representa el mal en el ser humano nos incomoda pero a la vez nos provoca una atracción morbosa. Queremos saber qué hay en la mente de alguien así, cómo piensa y qué hay de humano en él. Tiene una habilidad comunicativa muy destacable, utilizando argumentos emotivos que generan la reacción en el Otro. Podría ser uno de los primeros expertos en marketing en el mundo del derecho ya que es capaz de defender a criminales culpando a sociedades cómplices o Estados asesinos. Esto genera una publicidad tal que implica a todo el Mundo, como en el caso de Djamila, la terrorista argelina, que a la postre sería su mujer.

Esa fascinación de la que hablamos la percibió Djamila y también Magdalena Knopp, ex compañera de Carlos el Chacal, que pese a tener una frialdad que hiela el alma, se derrite, nunca mejor dicho, ante la figura de Vergés. Esto es a la vez doblemente interesante, ya que personas como Knopp o como Djamila son capaces de desear la muerte e incluso matar pero a la vez abrigar sentimientos de amor sincero dentro de sí mismas. Humano, demasiado humano que diría Nietzsche. Pero también lo es por Vergés, alguien tan comprometido con causas que han defendido el terrorismo como derecho, es capaz de experimentar emociones respecto a otras personas, pese a su personalidad egocéntrica. Así una de sus mejores amigas nos confirma que es una persona muy emotiva.

También es fascinante por su pasado oscuro. Hay siete años de su vida que no sabemos dónde estuvo, abandonando a su mujer Djamila en Argelia. Se especula con varios destinos y esa misteriosa laguna nos acerca más si cabe a una persona con una vida novelesca.

Es un tipo seguro de sí mismo, amante de la buena vida, con su eterno puro en la boca y con esa media sonrisa sardónica que nos recuerda a la imgagen de Orson Welles en El Tercer Hombre cuando una luz de una casa cercana nos revela su cara y a la vez su alma. Eso es lo que hace Schroeder en esta película, revelarnos el alma de Vergés.




No es un monstruo físicamente hablando, con ese currículum uno espera alguien con una faz horrenda. Pero es el típico maduro interesante, que todavía puede resultar atractivo. Ese perfil también concuerda con su acercamiento al terror. Me explico. Hay una frase que refleja muy bien la conducta de Vergés que nos la dice uno de sus amigos. Algo así cómo: no creo que Vergés lanzara explosivos aunque si hubiera que apretar sólo un botón sí que podría hacerlo. De esta manera no se ensucia las manos y
mantiene impoluta su figura.

Sintetizando digamos que El abogado del Terror es un documental con un interés histórico, sociológico y psicológico. Y es la figura de Vergés la que aglutina esa triple vertiente. Existe una expresión que también podría haber servido como título para la película y que podría definir a Vergés: El abogado del diablo. Aunque en este caso la palabra diablo deshumaniza y carga las tintas, así que terror es una palabra más neutra que además nos permite acercarnos a la historia sin condicionamientos, descubriendo por nosotros mismos una de las personalidades más estimulantes del s.XX.

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